viernes, 29 de agosto de 2008

Educación Escolar Pública


“más que "procurar", "velar" o "propender" a que la educación particular tenga igual trato que la educación pública, que pareciera ser un elemento central del proyecto de la LGE, es hora de que el Estado asuma compromisos concretos y medibles para que la educación escolar pública sea comprobadamente equitativa y de calidad, asignando los recursos correspondientes e instalando exigentes capacidades de gestión”


Víctor Pérez Vera. Rector Universidad de Chile

El Mercurio, Sábado 16 de agosto de 2008, página A2.




Fuente: www.opech.cl


Son las 6:30 de la mañana de un día lunes de invierno. Un bus escolar recoge a niños y niñas en uno de los sectores pobres de Santiago y, luego de tomar una de las autopistas, llega a un colegio privado, emblemático del sector más pudiente de la capital.


Luego de un desayuno abundante, los niños tienen clases en salas calefaccionadas, con mobiliario bien diseñado y material didáctico apropiado. El director asume con liderazgo la conducción de su comunidad educativa, convencido que el éxito de la educación se juega en el aula. Sus profesores están bien remunerados, son competentes en sus materias, se les asigna tiempo para planificar y preparar sus clases y perfeccionarse, y disponen de un centro de recursos didácticos. Los niños acceden a salas de computación, a laboratorios, a la biblioteca. Terminada la mañana, almuerzan una comida nutritiva en comedores amplios. Como es invierno, las clases de educación física se realizan en el gimnasio techado, y en la tarde van a talleres de música, idiomas, deportes, ciencias, literatura y otros.


A la misma hora de ese lunes de invierno, un bus recoge a niños y niñas en uno de los sectores más acomodados de la ciudad. Luego, el bus se dirige hacia una escuela públicaubicada en una de las poblaciones pobres de la capital.


Las clases se realizan en salas sin calefacción y con algunas ventanas sin vidrios. Los niños comparten los libros del curso, pues los que llegaron no alcanzan para todos, además que llegaron atrasados. Las paredes de las salas tienen material didáctico hecho en papel café y que sus profesores preparan en sus casas en la noche, pues el colegio no les asigna tiempo para planificar y preparar sus clases, y no les queda tiempo para perfeccionarse. No hay laboratorios, los equipos computacionales están obsoletos, la biblioteca no es muy surtida, y los profesores -con sus magros sueldos- hacen su mejor esfuerzo para enseñar sus materias. Como está lloviendo, el barro impide que en los recreos se pueda salir al patio, el cual tampoco puede ser usado para las clases de educación física.


Para los niños y niñas del primer relato lo descrito sería un sueño y, para sus padres, una esperanza. Para los del segundo, una pesadilla. Aunque algunos dirán que el ambiente en ambos es una exageración, estoy seguro que nadie querría para sus hijos la segunda experiencia. Lejos de proponer un intercambio de alumnos y colegios, la intención de estos relatos es graficar situaciones de inequidad que hoy existen en nuestro país y que deberían llamar a una reflexión a quienes debaten la naturaleza, propósitos, institucionalidad y financiamiento de la educación escolar pública, hoy focalizada en el proyecto de la Ley General de Educación, (LGE).


Poco se puede añadir a lo que ya se ha dicho y escrito acerca de lo fundamental que es la existencia de una educación escolar pública equitativa y de calidad para la preservación de un país democrático, justo, solidario y socialmente estable. Es hora de poner en práctica las convicciones que se enuncian.


En tal sentido, más que "procurar", "velar" o "propender" a que la educación particular tenga igual trato que la educación pública, que pareciera ser un elemento central del proyecto de la LGE, es hora de que el Estado asuma compromisos concretos y medibles para que la educación escolar pública sea comprobadamente equitativa y de calidad, asignando los recursos correspondientes e instalando exigentes capacidades de gestión y de evaluación del desempeño. En eso está en juego la visión de país que la gran mayoría de la población demanda. Sería una irresponsabilidad y miopía política olvidar que la efervescencia social de 2006 tuvo su origen en la falta de equidad y calidad de la educación escolar pública.


Para la reflexión, un tercer relato. La educación escolar pública mejoraría si a ella asistiesen los hijos e hijas de quienes definen su institucionalidad, financiamiento y condiciones de trabajo de sus profesores.


Para elaborar e implementar políticas nacionales que mejoren la educación escolar pública, primero hay que creer en ella. Pero para creer en la educación pública necesitamos creer que tenemos un país y tener ganas de estar juntos, creer que podemos llegar a ser desarrollados si nos empeñamos conjuntamente con los demás, y estar convencidos de que solos, encerrados en nuestra clase y barrio de origen, no llegaremos más que a disfrutar de un tercermundismo vergonzante.

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